Cuando menos lo piensas...Jesús te puede sorprender...
Me encontré con un sujeto camino a casa, estaba desaliñado sentado una banca de un parque, parecía llevar un par de meses en la calle y no comer en algunos días, ya había tomado aquella banca como cama y la fuente como regadera. Parecía no tener a nadie en el mundo, lucía como un alma desahuciada e inexistente o al menos invisible, como si nadie más lo pudiera ver, como si nadie pudiera darle un poco de comida y apiadarse de él.
Su cabello lucía como una plasta de pelo mojado, largo y enmarañado, sus ropas ya habían perdido su color original, ahora eran todas teñidas como si hubieran apagado una chimenea con ellas, sus zapatos convertidos en sandalias, dejaban al descubierto un par de pies desgastados, su barba parecía apoderarse de su rostro poco a poco. Tenía también una cobija descosida, con tantos agujeros que parecía un blanco en un campo de tiros después de un entrenamiento.
Mi auto seguía avanzando mientras lo veía por el parabrisas, despacio, lento, como si las llantas se opusieran a avanzar, llegué justo hasta donde estaba él, fue como si mis ojos no pudieran dejar de mirarlo, como si no quisieran dejar de mirarlo, fue entonces cuando su mirada cruzó con la mía atravesando hasta mi corazón.
El hermoso azul de sus ojos cansados se cruzó con el verde de los míos, su boca escaló delicadamente hasta una de sus mejillas y entre su muy poblada barba se dibujó una sonrisa amable. No sé a qué velocidad iba mi auto pero sé que no podía ir más lento, después de eso, confundido, volví la mirada al asfalto y conduje hasta mi casa, seguro de que ese fue el viaje más largo a casa que jamás hice.
No podía dejar de pensar en la sonrisa de aquel hombre que no parecía un hombre más, su mirada ya me había poseído para entonces, esos ojos que parecían no terminar, un hombre que no tenía nada y aun así era capaz de sostener una sonrisa, me invitaba a creer que lo único que necesita el ser humano para ser feliz es ser humano, y él parecía ser propietario de la más perfecta esencia de humanidad imposible de existir, pero aparente en su vivir.
Fue entonces que bajé del auto que había sido testigo de tan maravilloso encuentro, abrí la puerta con mesura y me encontré de nuevo en aquel parque, me encontré sin nada, me di cuenta de cuan vacía estaba mi casa, fría, ausente, carente de cualquier sentido de ser, me sentí entonces desprotegido, desnudo, vacío, como un niño recién nacido. Fui hasta mi cuarto sin poder sacar dicho suceso de mi mente, me sentí tan desahuciado como lucía aquel sujeto, entonces dormí perdido entre el significado de tan sublime momento.
A la mañana siguiente me di cuenta de la vida tan incolora que estaba a punto de seguir viviendo, no sabía cuándo había dejado de admirarme de tan majestuosa belleza del mundo, no sabía cuándo la luna se había convertido en un candil más, cuándo el sol se opacó por la luz mercurial, cuándo se le acabó el sabor al desayuno de cada día.
Cada pisada que daba era tan pesada, sin rumbo y mi ropa igual de gris que siempre, vistiendo un rostro que pretendía ser amable para los clientes, de mis carentes palabras, me había convertido en un hombre con desdén ante la vida, en alguien que de hecho no vivía, solo andaba cual si fuera el viento.
Y justo fue como si la búsqueda de la felicidad fuera como querer abrazar al viento, como algo imposible para mí, como un tren que ya había pasado y no volvería, el mundo me había comprado a un precio insignificante, me había despojado de todo rastro de dignidad de un día pude tener, siguiendo estúpidos protocolos y reglas de etiqueta que a nadie le agradan, pero tampoco nadie se atreve a cuestionar, siguiendo siempre el mismo camino sin rumbo.
Me di cuenta entonces de lo patética que era mi vida, así que ese día, iluminado por un destello de algo que un día hubo en mi corazón, decidí tomar otro camino, decidí no tomar el mismo camino al trabajo, decidí desconectarme del mundo virtual en donde nadie existe, apagué mi celular, tomé las llaves de mi auto pero en eso me di cuenta de que tenía un par de piernas que hace tiempo que no usaba y así fue entonces que comencé mi día, como si acabara de despertar después haber dormido muchos días.
Salí a la calle, a un mundo que a menudo pensaba en destruirme y lo hacía con descaro, pensaba en voz alta. Sabía bien a dónde me dirigía, fue como si alguien hubiera puesto en automático mi andar, tenía la esperanza sincera de encontrar a aquel hombre y preguntarle qué escondía tras ese rostro cansado pero alegre, escuchar las historias que tenían que contar aquellos zapatos que portaba, simplemente conocerle, saber cómo podía ser tan pobre y tan feliz.
Después del canto de algunas aves, de la dulzura de los árboles y las flores, después de caminar unas cuantas cuadras bajo un cielo parcialmente nublado, llegué entonces a aquel humilde recinto. El parque no era muy grande, era apenas una pequeña manzana en el árbol de una gran ciudad, lo recorrí todo y después de un par de vueltas me resigné a no encontrarlo, así que me senté en la banca que seguramente era testigo de sus noches, testigo de sus más íntimos sueños, pero que a fin de cuentas solo era una banca más.
Pasé unos minutos sentado meditando sobre mi vida, intentando comprender cómo había llegado hasta ahí, que era lo que realmente quería encontrar. Estaba a punto de regresar a casa e ir al trabajo a pedir disculpas al jefe por la tardanza, ya había pasado casi una hora para entonces, cuando de pronto apareció de nuevo aquel sujeto, llevaba un trozo de pan en la mano, parecía venir después de buscar desayuno.
Cuando menos lo pensé ya estaba solo a un metro o dos de mí, “hola amigo” eso fue lo primero que dijo, mientras con sus manos hacia un gesto ofreciéndome de su pan. Yo le regresé el saludo un tanto nervioso y rechacé con un agradecimiento su oferta de comida. Él se sentó a mi lado y siguió comiendo, comenzamos una charla casual, hablando sobre el clima y deportes.
Yo no era capaz de sostenerle la mirada, me inspiraba un respeto muy grande, y al mismo tiempo sentía ganas de abrazarle como un niño a su padre, le pregunté su nombre, y sonriendo pronunció “soy un tal Jesús”.
Me dijo que ya nos habíamos visto antes, yo asentí con la cabeza mientras me regresaba la pregunta, le pregunté también qué hacía, por qué vivía en la calle, me platicó que ya hace tiempo lo corrieron de su hogar, que simplemente no había espacio para él en su propia casa.
Me dijo que sin embargo era feliz, que estaba acostumbrado a los fracasos, que eso de fracasar era lo suyo decía mientras bromeaba, me contó que una vez había vivido con unos sujetos, sus mejores amigos, y que tenía que saldar unas deudas y ellos simplemente lo echaron, pero que le gustaba su hogar.
Incluso me contaba cómo era poder mudarse cada día, me contó sobre la libertad en la que vivía, cada noche antes de dormir se tapaba con una sábana de estrellas, me contaba con pasión la intriga de cada nuevo día, parecía emocionarse cada vez más conforme de su vida, me contaba que cada día era un reto encontrar algo de comida, y aún más difícil encontrar una persona diferente a la anterior, pero que le alegraba de vez en cuando encontrar a alguien interesante con quien platicar.
Con cada palabra que decía me convencía más de su estilo de vida, estaba a punto de pedirle un cuarto para dormir ese día en su casa. De pronto me invadió una gran oleada de hambre y supuse que también él tenía, entonces le invité a comer a mi casa, caminamos y yo le contaba sobre mi monótona vida para hacer más corto el camino. No entendía cómo podía inspirarme tanta confianza un sujeto de la calle y ahora que lo pienso, simplemente es una locura.
Llegamos a casa y le dije “siéntete como en casa”, y no comprendía por qué pero le dio un ataque de risa irónica acompañada de un “gracias”. Preparamos unos lonches y comimos, no podíamos dejar de platicar, me contaba sobre su mejor amigo, un sujeto que le acompañó una vez en la que estuvieron a punto de matarlo, me contó que había estado en la cárcel varias veces, parecía imposible que un solo hombre pudiera haber vivido tantas cosas, pero aun así no podía dejar de escucharlo.
De pronto sus ojos se iluminaron de una manera muy especial cuando comenzó a hablarme sobre su madre, parecía estar a punto de llorar de la emoción, me platicó cómo todo lo que hasta entonces era lo había aprendido de ella, me contaba las más hermosas historias que pasaban juntos, sin duda ella era su mejor amiga.
Le invité a quedarse a ver un partido de béisbol y pronto nos alcanzó la noche, cenamos y le pedí que se quedara a dormir esa noche, la casa era muy grande para una sola persona, así que le pedí que me acompañara esa noche. Yo no podía dejar de escucharlo, era como si con cada palabra que decía algo se iluminara en mi corazón. Me sentí tan feliz como nunca, me había reído hasta llorar con sus historias.
A la mañana siguiente fui a saludarlo al sillón donde había dormido, ya estaba despierto, pero reflejaba demasiada seriedad, me acerqué a él sin siquiera poder saludarlo, atrapado en su seriedad puso su mano en mi hombro y me dijo “gracias por permitirme regresar, este es el hogar de donde me echaron, esta es la casa que yo construí, yo estuve en tus momentos más difíciles, cuando tus padres se divorciaron, cuando te quedaste solo o más bien cuando creías que estabas solo, cuando nadie más vio por ti, yo estaba cuidándote, me ocupé de que lo tuvieras todo, buenos amigos, familiares que te apoyaran, todo lo mejor. Estuve también en los momentos más alegres, a mí me contabas todo, tus sentimientos y angustias, pero hace tiempo me corriste, ya no tenías espacio para mí y decidiste hacerme a un lado. Me llamo Jesús, y siempre he estado contigo. Gracias por permitirme regresar a casa".
Cuando los demás te defrauden. Cuando muchos te abandonen. Cuando pienses que estás solo. Mira hacia arriba... Dios siempre te será FIEL.
Tengo fe en Jesús... Porque sin buscarlo, Él me encontró; lo vi cuando cerré mis ojos y abrí mi corazón.
Dios es el que salva. Dios es el que cura. Dios es el que sana. Tan solo tenemos que creer en Él para comenzar a recibir sus bendiciones...
No hay momento feliz o triste en que Dios no esté contigo...Ten fe que nunca estarás solo/a...